Los pueblos se mueren amancio Arancón Viguera. Fotografía: Angel Arancón Viguera
Download 181.48 Kb. Pdf ko'rish
|
llamado Vitaliano. Con este pequeño relato solo pretendo recordar un poco la vida de la Estepa, sobre todo durante el último siglo. 18
A partir de ahora voy a comentar sin rigor cronológico, ni sujeto a ninguna disciplina las vivencias y recuerdos que yo tengo del pueblo. Las vivencias son personales de mi infancia y los recuerdos de relatos y comentarios transmitidos oralmente por mis familiares, especialmente por mi primo Amador, con el cual, aparte del parentesco, me unía una gran amistad. En los muchos ratos que pasábamos sin hacer nada, pero sí charlando, cuando íbamos de pesca , pues casi nunca pescábamos nada, ya que el pescador era yo, pero muy malo, me contaba cosas del pueblo, como lo que tenían que pagar cuando entraban de mozos, que el último que entraba tenía que hacer de alguacil de los mozos; las meriendas que celebraban cuando algún forastero pagaba el piso, por festejar con alguna del pueblo, como en carnavales iban a pedir la gallofa a los pueblos limítrofes, Cuellar, Ventosa, etc., cantaban algunas coplillas. Entre ellas solo me acuerdo de estas dos: Bájenos Vd. un chorizo y si no una morcilla, y si no nos quieren dar La bota para empinar. A esta puerta hemos llegado cuatrocientos en cuadrilla, baje cuatrocientas sillas. Tengo un recuerdo no muy claro, pero si imborrable del traslado que hicimos de la Estepa a Valdeavellano de Tera, cuando mi padre aprobó la oposición para Guarda Forestal y lo destinaron a ese pueblo. Ibamos en el carro del Juan, el panadero de Ventosa. Mi padre con el Juan iban a pie, guiando el carro y arreando los machos y mi madre, mis hermanos y yo, montados en el carro encima de algunos colchones que llevábamos. Se nos hizo de noche por el camino y yo iba con mucho miedo. A caballo entre la Estepa y Valdeavellano, recuerdo que mi padre que era muy aficionado a las ovejas y tenía algunas, pensó llevárselas a Valdeavellano y explotarlas directamente y le encomendó el traslado al tío Teodoro y como era normal en aquellos tiempos el traslado se hizo a pie Cuando llegó el tío Teodoro a Valdeavellano mi padre, que no se por qué motivo quería mandarme a la Estepa, se le ocurrió hacerlo con este hombre. Mi madre se oponía diciendo que era una aventura mandar al chico con él, pues parece ser que era un poco aficionado a la bebida. Pero mi padre se empeñó e hice el viaje de esta forma. Yo iba montado en un caballo que el tío Teodoro había llevado y él unas veces a pie y
19
otras a caballo. Recuerdo que en Ausejo se metió a beber en la tienda del “Topo”, pero no sucedió nada y llegamos con bien a la Estepa. Tengo un recuerdo muy vago, pero imborrable, pues yo tendría 4 ó 5 años de un día de la fiesta. Llegaban los gaiteros e iban tocando por el pueblo y los chicos que no habiámos oído una música en nuestra vida, nos parecía lo mas grande del mundo. Ibamos detrás de los gaiteros, más contentos que unas pascuas, con las alpargatas bien lavadas y blanqueadas con blanco de España y los mocos colgando; pero más felices que los chicos de ahora con una habitación llena de juguetes, a los que no hacen ni caso, pues les sobra de todo. Algunas veces, viviendo en Valdeavellano o ya en Soria, íbamos a las matanzas, y recuerdo una en casa de mis abuelos paternos. Había caído una gran nevada y se había formado un ventisquero en la puerta de la casa que la tapaba. Tuvieron que hacer como una trinchera para poder salir y como yo era pequeño no me dejaban salir a la calle y la única distracción que tenía era pasar a la majada donde estaban las ovejas, pues no salían al campo por la nevada. Junto con Dionisio, el hijo de Patricio, que estaba de pastor con mi abuelo, nos entreteníamos en hacer que dos carneros se topasen. Al principio se resistían pero luego se daban unos topetazos tremendos, hasta que el Dionisio decía: “vamos a dejarlos que se van a desnucar”. Un verano me mandó mi padre a casa de mi abuelo Germán, para ayudar al pastor, pues parece ser que era costumbre que en verano fuese un chico de ayudante. Yo no tenía ni idea pero hacía lo que el tío Teodoro, que era el pastor, me mandaba. Lo que más me extrañaba era que, aparte de fumarse buenos cigarros, se metía el tabaco por la nariz. Yo le preguntaba que porque lo hacía y me respondía que para estornudar mejor. De mis abuelos maternos recuerdo alguna matanza y algún esquilo, pero sobre todo un verano que estuve con ellos, participando en todas las tareas en que intervenían los chicos de mi edad, junto con mis primos, sobre todo con mi primo Amador, que era de mi misma edad. El acarreo de las mieses desde la pieza a la era se hacía a lomo, pues en el pueblo todavía no se usaban las carretas. Los chicos nos encargábamos de guiar las caballerías de la pieza a la era. En la pieza los hombres, recuerdo muy bien a mi tío Eulalio que era muy hábil, cargaban las caballerías con seis u ocho fajos, según fuesen estos y nosotros tirábamos cada uno del ramal de una caballería hasta la era. Allí soltabas la soga y los fajos caían al suelo alrededor de la caballería. Tirabas del ramal y la sacabas de entre los fajos. Recogías las soga, la colgabas de las artolas, que era un artefacto de madera que iba encima del aparejo, que se usaba solamente para el acarreo de las mieses, arrimabas la caballería a una pared y te montabas y más contento que unas castañuelas otra vez a la pieza a por otra carga. 20
Alguna veces ocurría que por ir mal nivelados los fajos o por algún movimiento extraño de la caballería, se venía toda la carga al suelo y entonces, aparte del gran susto, tenías que esperar a que viniese algún hombre a soltar todo y volver a cargar. A continuación venía la trilla en la era y los chicos lo pasábamos en grande; montábamos en el trillo; algunas veces, mientras la gente comía, nos dejaban guiar la yunta, pero las caballerías no nos hacían ni caso y casi se paraban. Entonces cogía mi tío Eulalio los ramales y con cuatro voces, sin necesidad de usar la tralla, hacía que las caballerías volasen. Cuando teníamos hambre íbamos a casa de mi abuela Paca a pedirle pan. Echaba mano al cajón del pan y nos daba un corrusco, por lo general duro, pues amasaban cada quince días, y nos íbamos más contentos que unas pascuas, mordisqueando el pan junto con los mocos a corretear por el pueblo y de vez en cuando a hacer alguna travesura. Con ese trozo de pan éramos más felices que los chicos de ahora, con tantas golosinas como tienen Las chicas o mozas, como se les llamaba entonces, participaban igualmente en todas las tareas agrícolas. Se tapaban la cara hasta los ojos con un pañuelo para que no les diese el sol y estar blancas para el día de la fiesta, pues al contrario que ahora, la blancura se tenía por belleza. Acabada la trilla y barrida la era venía la fiesta que se celebraba los días 16 y 17 de septiembre. Eran días grandes para todos, pues no se trabajaba, hasta los pastores solo salían un rato por la mañana. La gente se aseaba, se ponía la mejor ropa que tenía. Acudían los familiares. Venían los gaiteros y todos disfrutaban, menos las pobres mujeres que tenían que preparar la mejor comida que podían para los de casa y los visitantes. Por la mañana había misa solemne, a la que acudía todo el pueblo. Después había procesión con volteo de las campanas. Se sacaba el pendón y el estandarte y la imagen de la Virgen. A la vuelta de la procesión, en la puerta de la iglesia se subastaban los banzos. Aquel año recuerdo que hizo la subasta mi tío Casto, pues era Alcalde. Después de la misa el Alcalde y los hombres mas representativos del pueblo, junto con el Sr. Cura, la Guardia Civil, si acudía, y algún forastero invitado, iban a la Casa Concejo y tomaban un pequeño refrigerio, mientras los mozos jugaban a la tanguilla o a la pelota, que solían hacerlo los solteros contra los casados, o los del pueblo con los forasteros. Mi padre era uno de los que mejor jugaban a la pelota. Luego venía la comida que ese día era especial, pues había hasta postre, que nunca se comía. Los chicos comíamos en la cocina pero a gusto y contentos y
21
pendientes de si sobraba algo de la mesa de los mayores para aprovecharlo. Los hombres tomaban café y hasta una copa de coñag. Por la tarde había baile en la plaza o en el juego de pelota. Los chicos que todavía no bailábamos nos entreteníamos en hacer travesuras. Una de ellas era tirarles cidones a las mozas, al pelo y a las medias, mientras bailaban, y salíamos corriendo, pues si nos cogían nos pegaban buenos cachetes. Los cidones eran unas bolitas que se enredaban mucho en el pelo y en la ropa. Luego venía la cena, más liviana que la comida y por la noche otra vez baile, ahora en el patio de la escuela. Los chicos ya no salíamos por la noche. Al día siguiente se bajaba a Soria, a la feria de ganados. Los que tenían que vender algún animal bajaban andando y los demás en la exclusiva, unos dentro del coche y otros en la vaca, entre alforjas y bultos. Voy a contar una pequeña anécdota: Había en el pueblo un hombre llamado el tío Luis Abad, que era una buena persona y muy bromista y cuando veía un grupo de chicos nos asustaba metiendo ruido con los zahones de cuero y nos amenazaba: “si os cojo os meto el brazo por la manga”. Nosotros que no entendíamos que era una broma ni el sentido de la frase corríamos que perdíamos el culo. Como final y aunque no guarda relación con la Estepa, voy a contar una pequeña aventura que me ocurrió cuando yo tenía cinco o seis años. Vivíamos en Valdeavellano de Tera y en el otoño se hacían las suertes de leña que correspondían a cada vecino, que se la cortaba y la transportaba por sus propios medios hasta su casa. La gente del pueblo disponía de carretas o animales para hacer el transporte del monte a casa, pero mi padre no disponía de ningún medio, por lo que le pidió prestado un burro, a un pariente que tenía en Molinos de Razón. Una vez hecho el transporte de la leña al pueblo había que devolver el animal a su dueño. Mi padre no podía ir a llevarlo, por que tenía que hacer un servicio como Guarda Forestal y entonces nos mandó a mi hermano mayor, que tendría 6 ó 7 años y a mi a llevarlo. Mi madre protestaba diciendo que como iban a ir los chicos tan pequeños con el burro al otro pueblo, que ni sabíamos el camino ni conocíamos la casa del propietario del animal. Pero mi padre dijo que teníamos que ir, que no pasaba nada, que nosotros no sabríamos el camino pero el burro sí. Efectivamente nos montó a los dos en el burro y nos mandó para Molinos de Razón. A mitad del camino, mi hermano que llevaba mucho miedo se bajó del animal y se volvió a Valdeavellano. Yo seguí montado y el burro poco a poco llegó al pueblo y se presentó en la casa de su amo. Al ruido de los
22
cascos salió el dueño, me apeó, me puso en el extremo del pueblo y me dijo: sigue el camino que llegarás a Valdeavellano. Efectivamente así ocurrió. Nunca había pasado por mi cabeza escribir nada sobre la Estepa, pero el verla despoblada me dio tanta pena, que me motivó para escribir este pequeño relato. Soria marzo de 2003. Amancio Arancón Viguera. Download 181.48 Kb. Do'stlaringiz bilan baham: |
ma'muriyatiga murojaat qiling