Sobre el incierto futuro del trabajo y del rol de los actores sociales


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3.3. l

os

 

dEsafíos

 

quE

 

EnfrEntan

 

los

 

actorEs

 

socialEs

La tercera cuestión que se requiere debatir está relacionada con los actores sociales. Si 

en el futuro se incrementasen sensiblemente los empleos en los que la relación laboral 

es individual y muy difusa en cuanto que no aplica, en todo o en parte, la normativa 

laboral nacional e internacional, en ese caso las tasas de afiliación sindical tenderían a 

bajar (en muchos países oscilan actualmente entre un 3% y un 6%) y el movimiento 

sindical se debilitaría gravemente, reduciéndose a la representación de una fracción, 

mayor o menor, de los asalariados privados y en algunos países también de los funcio-

narios públicos.


 

Daniel Martínez  Sobre el incierto futuro del trabajo y del rol de los actores sociales  93

A este respecto, en el ya citado Informe de la OIT en el marco de la Iniciativa sobre 

el Futuro del Trabajo (OIT, 2017f, p. 9) se señala que 

la erosión del empleo tradicional también supone un desafío para el papel de los sindi-

catos. La desaparición/invisibilidad del empleador debilita aún más la posición de los 

sindicatos, quienes pierden a su contraparte. En el actual debate sobre el futuro del tra-

bajo, se criticó también a los sindicatos por fungir como una herramienta del siglo XX, 

por ser únicamente aptos para la relación de empleo típica y por ser obsoletos en térmi-

nos de su capacidad de proteger a los trabajadores en el mundo cambiante del empleo 

del siglo XXI y, en particular, en la economía digital. Durante el debate se señaló que 

los sindicatos han luchado con éxito porque se normalice el trabajo, y se considera que 

podrán hacerlo nuevamente hoy en día y en el futuro. Pese a que suelen enfrentarse a un 

entorno hostil, los sindicatos ya han empezado a organizar a los trabajadores que forman 

parte de las cadenas mundiales de suministro, a los trabajadores por cuenta propia y a 

aquellos que trabajan en la economía digital (por ejemplo, en el sector de los medios 

de comunicación). Además, constituyen aún la voz más importante de los trabajadores. 

Por ello, debilitar el poder de los sindicatos podría tener consecuencias económicas, 

sociales y políticas negativas para los trabajadores y para la sociedad en general. En un 

contexto en el que las desigualdades son cada vez más marcadas en todo el mundo y ante 

la aparición de nuevas formas de trabajo, es importante contar con un proceso democrá-

tico de diálogo entre los trabajadores y los empleadores para mediar en el control de los 

beneficios de la producción.

En este contexto, los gremios empresariales perderían interés por el tripartismo y 

acabarían orientando su actividad a la defensa de los intereses económicos y corporati-

vos de las empresas y no tanto a la negociación con los sindicatos y, mucho menos, a la 

participación en procesos de diálogo social.

El Inception Report for the Global Commission on the Future of Work de la OIT del año 

2017 dedica buena parte del análisis a la situación de la sindicalización de los trabajado-

res y agremiación de los empleadores. En el caso de los trabajadores el informe reconoce 

un descenso de la sindicalización en la mayoría de los países (no en todos) si bien los 

sindicatos siguen siendo en su conjunto la mayor organización de la sociedad civil del 

mundo, y la Confederación Sindical Internacional (CSI) representa a la importante cifra 

de 181 millones de trabajadores. Además, señala el Informe, en muchos países la acción 

sindical y la asociación sindical se está extendiendo hacia los trabajadores informales 

como es el caso del Informal Traders Alliance de Sudáfrica.

En el caso de los empleadores, el mismo informe de la OIT (2017h) reconoce el debi-

litamiento de los gremios que los agrupan debido en parte a que las grandes empresas, en 

especial las transnacionales, tienden a operar «por fuera» de las organizaciones gremia-

les empresariales, mientras que las pymes, que conforman el grueso de los agremiados, 

tienen una alta heterogeneidad e incluso intereses divergentes entre ellas. Sin embargo, 

como se recoge en el Informe de la OIT, «en Europa occidental, organizaciones de 



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empleadores y asociaciones empresariales están adaptando su estructura organizacional 

así como sus actividades a las necesidades cambiantes de sus asociados. Una adapta-

ción similar está en curso en otras partes del mundo» (43). Algunas organizaciones de 

empleadores alemanas incluso están aplicando una política de no comprometer a los 

nuevos asociados con las obligaciones de los convenios colectivos firmados por la orga-

nización antes de su afiliación.

Quizás el futuro de las organizaciones de los actores sociales sea más halagüeño que 

lo que sugiero en los párrafos anteriores, sin embargo el riesgo de una «des-sindicaliza-

ción» progresiva y acentuada existe, al punto que algunas centrales sindicales (desde la 

Confederación Sindical Internacional hasta centrales nacionales como el PIT-CNT de 

Uruguay) han reiterado la necesidad de que el movimiento sindical analice esta situa-

ción y adopte medidas en defensa de la organización sindical; medidas que incluirían el 

reconocimiento de la necesidad de nuevas formas de regulación de la relación laboral.

Lo mismo ocurre en el gremialismo empresarial, observándose en algunos países un 

proceso de mayor coordinación intergremial, creándose confederaciones que integran y 

coordinan a todas o a la mayoría de las organizaciones empresariales nacionales.



3.4. E

l

 

diálogo

 

social

 

En

 

la

 

cuarta

 

rEvolución

 

industrial

El diálogo social tripartito es, sin duda, una de las instituciones laborales más importan-

tes en el mundo en los últimos cien años. De hecho todas las Normas Internacionales del 

Trabajo son producto del diálogo social tripartito y, en consecuencia, toda la legislación 

laboral de los diferentes países del mundo, que se orientan por esa normativa internacio-

nal es producto del tripartismo.

Sin embargo, el diálogo social tripartito no pasa por un buen momento desde hace 

dos décadas o más. Si bien la OIT defiende la importancia que ha tenido el tripartismo 

en la solución de las crisis de los últimos veinte años, como serían la crisis del petróleo, 

la crisis financiera asiática o la crisis recesiva de los años 2008-2009 (OIT, 2017h), lo 

cierto es que en el apogeo de las políticas de fuerte desregulación de los mercados de 

la segunda mitad de la década de 1980 y durante la de 1990 no solo no hubo procesos 

de diálogo social importantes, sino que más bien en una mayoría de los países no hubo 

diálogo social tripartito de ningún tipo.

Varias son las razones de ese debilitamiento del diálogo social. En primer lugar, el 

desinterés de muchos Gobiernos y gremios empresariales por el diálogo habida cuenta 

de que todos ellos defendían y promovían ese tipo de políticas económicas y sociales 

desreguladoras. En segundo lugar, el ya mencionado debilitamiento del movimiento sin-

dical y su limitada capacidad de movilización y de defensa de políticas no flexibilizadoras 

ni de desprotección en el campo social y laboral. En tercer lugar, la propia debilidad de 

la OIT cuya dirección no fue capaz a fines del siglo pasado y primera década del presente 

siglo de proponer serias alternativas técnicas y políticas a sus países miembros y que se 



 

Daniel Martínez  Sobre el incierto futuro del trabajo y del rol de los actores sociales  95

limitó a destinar importantes recursos a la elaboración y difusión de rimbombantes pero 

inútiles Declaraciones sobre la gobernabilidad de la globalización.

Lamentablemente, el futuro inmediato del diálogo social tripartito tampoco parece 

ser del todo halagüeño. A la ya mencionada debilidad de las organizaciones sindicales 

y empresariales, se une, por una parte el extraordinario desarrollo de muy dinámicas 

organizaciones de la sociedad civil que, sin formar parte del tripartismo, conducen 

las grandes luchas mundiales en materia de derechos como son las organizaciones que 

actúan en el campo de los derechos humanos, de la lucha contra la discriminación por 

motivos de género, de apoyo a los más pobres y a los refugiados, a los niños, etc.

Por otra parte, la persistencia de la informalidad y el surgimiento de nuevas formas 

no convencionales de utilización del trabajo, fuera del marco de los convenios colecti-

vos y sin que los trabajadores involucrados tengan organización y vinculación sindical, 

hace que una gran parte de la población trabajadora no integre el entramado sindical y, 

por tanto, el tripartismo. 

La propia OIT (2017 h) reconoce esta problemática y plantea, como una posible 

solución, que «es probable que la solución residirá en dar forma a un nuevo consenso 

político sobre la gobernanza del trabajo, a nivel global. Ello deberá ir acompañado 

de esfuerzos para tomar en cuenta los puntos de vista e intereses de otros actores que 

[...] pueden jugar un papel en la búsqueda de la justicia social» (44).

¿Qué se puede hacer para fortalecer el diálogo social tanto a nivel nacional como glo-

bal? Obviamente no tengo respuestas concluyentes. Sin embargo, creo que para intentar 

fortalecer el diálogo deben explorarse nuevos caminos que vayan más allá del tradicional 

y acotado diálogo tripartido. Para ello, es necesario volver a considerar la conveniencia y 

la operatividad de lo que década atrás se llamó el «tripartismo plus», el que no prosperó 

debido a las reticencias tanto de las organizaciones de empleadores como de trabajado-

res, que aceptaban a otras organizaciones como observadoras en los procesos de diálogo 

pero nunca como actores del mismo. También es importante desarrollar una institu-

cionalidad específica, o adaptar la existente, para que los acuerdos a los que se arribe 

mediante el diálogo social tengan la fuerza jurídica y política necesaria que garantice su 

aplicación. La Corte Interamericana de Derechos Humanos es un ejemplo del tipo de 

institución a la que me estoy refiriendo.

En todo caso, en tanto se logran avances en la recuperación de un diálogo social 

genuino en los diferentes países, es imprescindible avanzar en fortalecer lo que ya existe: 

las organizaciones de trabajadores y empleadores, el tripartismo clásico y el diálogo 

social, en especial el que se lleva a cabo en el seno de la OIT y que ha dado a luz toda la 

normativa laboral internacional existente, por más que este se revele hoy día como insu-

ficiente y en algunos aspectos no adaptada a la nueva realidad laboral que los actuales 

cambios tecnológicos generan.



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  Economía Vol. XLI, N° 81, 2018 / ISSN 0254-4415



3.5. a 

modo

 

dE

 

conclusión

Al inicio de este texto señalé que existen ciertos consensos acerca de los efectos de los 

cambios tecnológicos actuales sobre el mundo del trabajo. Así, si bien se destruye empleo 

en algunos sectores, también se genera en otros, con un saldo neto que dependerá de 

la composición de la estructura productiva de cada país, de los niveles de educación-

formación, de las migraciones, de la volatilidad geopolítica, entre otros. 

A estos consensos se deben añadir otros que surgen del texto. Uno de ellos es que 

producto de los cambios tecnológicos y de la reorganización de procesos productivos, 

surgen nuevas formas de utilización del trabajo y en ellas las relaciones laborales o no 

existen (aparentemente) o son muy difusas. Otro consenso es que la normativa laboral 

tradicional no contemple adecuadamente el tipo de relación laboral que se desarrolla 

en estas nuevas formas de utilización del trabajo, por más que se quiera enmascarar 

dicha relación laboral, y que por ello es necesario adecuar y desarrollar la normativa 

laboral existente para que se pueda aplicar a estas nuevas formas de trabajo. Un consenso 

más es el reconocimiento del debilitamiento en las últimas décadas de la organización 

sindical de los trabajadores y de la gremial de empleadores de muchos países, lo que 

ha contribuido, además del desinterés de muchos gobiernos y empresarios, al debili-

tamiento, y en muchos casos desaparición, de los procesos de diálogo y concertación 

social. Adicionalmente a estos consensos señalados, también hay acuerdo entre acadé-

micos, políticos y dirigentes sindicales y empresariales en que los actuales sistemas de 

educación y formación, si bien han servido para extender la cobertura de la educación, 

en especial la educación pública, adolece de unos problemas de calidad que hace que 

no esté contribuyendo adecuadamente a preparar a las personas para trabajos y empleos 

que, cada vez más, demandarán no solo una alta especialización sino también una gran 

capacidad de resolución de problemas.

Tomando en cuenta estos consensos básicos se pueden formular algunas líneas estra-

tégicas en lo que a las políticas laborales para el futuro se refiere, en especial en América 

Latina donde todos los consensos que acabo de señalar son aplicables.

En primer lugar, es preciso insistir en la necesidad de una profunda revisión de los 

sistemas de educación y formación a fin de que puedan responder adecuadamente a las 

auténticas demandas provenientes de la actividad productiva.

En segundo lugar, es necesaria una adecuación de la normativa laboral; adecuación 

que no solo reconozca la existencia de la relación laboral en las nuevas formas de uti-

lización del trabajo, sino también que regule dicha relación, protegiendo los derechos 

laborales del trabajador así como los derechos económicos del empleador.

En tercer lugar, es urgente defender agresivamente la libertad sindical y fomentar 

la organización de los trabajadores, persiguiendo sin contemplaciones toda forma de 

hostigamiento y persecución sindical, incluida la organización por parte de algunos 

empresarios de sindicatos fantasmas supeditados a los dictados de esos empresarios.


 

Daniel Martínez  Sobre el incierto futuro del trabajo y del rol de los actores sociales  97

Finalmente, es económica, social y políticamente importante fomentar los proce-

sos de Diálogo y Concertación Social, todo ello en el marco de un nuevo «contrato 

social» que, tal como propusieron hace siglos Locke, Hobbes y Rousseau, establezca e 

institucionalicen mecanismos democráticos que faciliten arribar a acuerdos que no solo 

protejan derechos y establezcan obligaciones de las partes, sino también que garanticen 

la libertad, la justicia social y el progreso económico individual y colectivo. Se trata, en 

suma, de volver a algo tan evidente y a la vez sencillo como es el acuerdo, contrato o 

pacto que sume, frente al desacuerdo y el conflicto que resten.



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