J. K. Huysmans
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N. de la T.)
un día, cuando volvía del mercado, Liduvina la comunicó con un tono de alegría extraordinario: –El Señor está contento con vos, querida mía, de- cidme qué merced os es más grata e intercederé para que os sea acordada. –Si obtenéis el perdón de mis pecados y la gracia de la perseverancia final, os miraré como la mejor de las hermanas y de las madres, respondió la buena mujer. En cuanto al resto, me remito a vuestra caridad. –No reclamáis poca cosa, comentó la santa sonriendo, sin embargo me encargo de presentar vuestra súplica que no puede disgustar a Dios. En cuanto a lo que remi- tís a mi caridad, el Salvador proveerá; id, pues, de inme- diato a la iglesia y rezad por mí. Y esa mujer, que había entrado triste y preocupada, se marchó feliz, sabiendo bien que la oración de su amiga sería escuchada. Otras veces, la viuda Simón y sus compañeras, en in- terés de la enferma se las arreglaban para no obedecerla estrictamente; afligidas por su propia indigencia, apar- taban de las sumas que ella les confiaba algunos denarios necesarios para cubrir sus necesidades. Liduvina se daba cuenta de esas amistosas supercherías y se quejaba. –Conozco, decía, vuestras buenas intenciones, pero quiera Dios que fuéseis más dóciles, porque esos desgra- ciados a los que habéis frustrado serán un día reyes en 194 Santa Liduvina de Schiedam los cielos y es faltar al respeto que les es debido hacerles esperar de ese modo. Liduvina era sagaz y previsora por demás; cuando po- seía algún dinero, en invierno, salaba carnes y las enviaba con su bendición, acompañadas de guisantes, a los mise- rables a los que ayudaba; otras veces ofrecía huevos, cer- veza, mantequilla, pan, pescados asados y, cuando se lo permitían sus posibilidades, añadía para los niños enfer- mos un poco de leche de almendra o vino. Esta caridad tan previsora fue remunerada por numerosos milagros. Un día, que retiraron de la marmita un cuarto de vaca salada y la dividieron en treinta partes para otras tantas familias, el cuarto siguió intacto. –Pues bien, afirmó Liduvina a sus atónitos íntimos, ¿de qué os sorprendéis? ¿No está escrito en los Evange- lios, pedid y se os dará? Este prodigio fue reconocido en toda la ciudad y hubo personas no necesitadas que quisieron probar ese plato por devoción. Otro día, Liduvina, que manifestaba predilección por las personas que fueron ricas y que por reveses de la for- tuna cayeron en la indigencia, por los pobres vergonzan- tes, en una palabra, buscó en vano cómo socorrer a algunas de esas familias; sus provisiones se habían aca- bado y su bolsa estaba vacía; sus protegidos se morían literalmente de hambre; el caso urgía; apeló a la genero- sidad de un buen hombre y este cocinó un costillar de cerdo y se lo llevó. 195 J. -K. HUYSMANS Este hombre era realmente misericordioso porque, estando él mismo necesitado, se condenaba a comer solo pan, privándose del único bocado que poseía. No le asombró que al volver a casa, colgara de su cocina otro costillar de cerdo mucho mayor que aquel del que se había desprendido; y sin embargo juzgaba imposible que nadie hubiera podido entrar en su casa durante su au- sencia. En otra ocasión, vagaba por la ciudad, una mendiga epiléptica cuyos ataques eran frecuentes; le sobrevino un ataque en plena calle, y en cuanto se hubo tranquilizado un poco se arrastró hasta la casa de Liduvina; bramaba de sed y se bebió toda la reserva de agua de la santa; pero su sed no se calmaba. Recordando entonces que tenía un poco de vino en el fondo de un jarro, Liduvina se lo dijo; la joven se lanzó encima, pero fue como una gota de agua sobre una esponja. Cada vez más alterada, esa mujer su- plicaba que la dieran cualquier bebida; ante la imposibi- lidad de satisfacerla, Liduvina le dio un denario y esa mujer se fue, contenta, a un cabaret, donde acabó por apagar, trasegando cerveza, el fuego que la devoraba. Poco después, la santa, consumida por la fiebre, quiso a su vez beber; como ya no recordaba que la mendiga se había tragado su vino, rogó a su padre que le pasara el recipiente que lo contenía y este se llenó de inmediato de un vino rojo, exquisito, tan bien preparado que no tuvo que cortarlo con agua; duró, desde la fiesta de san Remigio hasta la Inmaculada Concepción, es decir, casi dos meses; en aquella época, la viuda Simón, que no co- nocía ese milagro, regaló a su amiga una jarra de vino; 196 Santa Liduvina de Schiedam había escogido el mejor que se vendía en la ciudad, por eso no dudó en tirar el jarro todavía a medio llenar del jugo del líquido celestial; y la fuente de ese precioso cor- dial quedó seca. Pero la caridad de Liduvina no se limitaba a enviar manjares indispensables; también velaba por que sus clientes no fueran privados de nada y se las arreglaba para vestirlos. Le dijeron que cierto sacerdote no tenía hábitos; por desgracia los mercaderes de Schiedam no tenían la tela necesaria. Viendo su congoja, una mujer que la apreciaba mucho le dijo: –Mirad, he guardado seis varas de esta tela negra para hacerle un vestido a mi hija; podrían servir para el uso que le destináis, ¿las queréis? Liduvina aceptó el regalo, hizo como que medía la tela, utilizando para ello la boca y el brazo que podía mover; y el pedazo que apretaba entre sus dientes se alargó tanto que hubo más tela de la necesaria para con- feccionar, tanto el traje del eclesiástico como el vestido de la hija. La caridad, tal como ella la entendía, debía extenderse a todo, ir por delante de las necesidades, ser activa y sin reticencias. Una tarde que su confesor y algunos de sus amigos banqueteaban juntos, se elevó de pronto una voz lasti- 197 J. -K. HUYSMANS mera que imploraba limosna. El sacerdote, sin precipi- tarse, abrió la puerta y no vio nada. Apenas volvió a la mesa cuando oyó la misma voz. Volvió a salir y recorrió la calle que estaba desierta; regresó y como por tercera vez la voz seguía gimiendo, se lanzó para sorprender a la persona que así le molestaba; pero en vano exploró la calle, ¡estaba vacía! Turbado por ese acontecimiento y convencido de que no era víctima de una broma, después de la cena fue con sus invitados a casa de Liduvina y la consultó. –¡Qué hombres tan lentos en acudir a la llamada del pobre!, exclamó ella, era uno de vuestros hermanos, los ángeles, quien se quejaba. Vino para poneros a prueba y para asegurarse de que no olvidáis al Señor en vuestros goces. ¡Quiera Dios que hubieseis adivinado quién era! Esta caridad extraordinaria alimentaba más su pasión por los sufrimientos que iba creciendo de año en año. Descargar al prójimo de sus males y experimentarlos en su lugar le parecía a Liduvina una cosa debida y perfec- tamente justa; ella, tan resuelta, tan despiadada para con- sigo misma, no podía ver sufrir a los demás sin querer aliviarles de inmediato. Cumplía sin desfallecer esa misión de sustitución que el Salvador le había confiado; como ya se ha narrado, se ponía en el lugar de las almas del Purgatorio para que acabaran de purgar su castigo; al ponerse en el lugar de Holanda, de su ciudad natal, expiaba mediante castigos sus deméritos. 198 Santa Liduvina de Schiedam En una ocasión estalló una guerra civil en Schiedam. Como siempre, en lugar de defenderse, las personas pa- cíficas huyeron; la ciudad iba a ser saqueada por los ven- cedores y sin embargo, uno de los hombres a quien perseguían, y que al principio de las hostilidades se re- fugió en otra aldea, volvió y comentó a sus amigos, que le suplicaban que se marchara de nuevo: –No ignoro el peligro que corro, pero también sé que las oraciones de Liduvina me protegerán, a mí y a la ciudad. Estas palabras llegaron a la santa, que suspiró humil- demente: Doy gracias al Señor que inspira en las almas sencillas tal confianza en las oraciones de su pobre sierva. Y, en efecto, consiguió –¡solo Dios sabe a cambio de qué nuevos tormentos!– desbaratar las intrigas y recon- ciliar a toda esa gente. En otra ocasión tuvo que intervenir ante el Salvador para preservar a la ciudad de la destrucción que la ame- nazaba. Una flota enemiga, que ya había devastado el litoral de otras provincias, apareció frente a Schiedam. Liduvina se ofreció a Jesús como rehén, le suplicó que satisficiera su cólera con ella y, mientras todos los habitantes espe- raban ser degollados, la flota, a pesar de sus esfuerzos, a pesar del viento que le era favorable, retrocedía en vez de avanzar, y acabó desapareciendo, rechazada en cierto modo por las oraciones de la santa. 199 J. -K. HUYSMANS Liduvina era el pararrayos de su patria; pero aunque había sido crucificada para todos, deseaba ser crucificada además por cada uno; iba de lo más grande a lo más pe- queño, de lo general a lo particular; lo demostró en otra circunstancia. Una mañana, al oír unos gemidos en la calle, invitó a un eclesiástico sentado a su cabecera a comprobar quien lloraba así en el exterior. Es una de vuestras amigas a quien atormenta un dolor de muelas atroz, comentó el sacerdote al volver. Liduvina lo envió de inmediato a bus- carla y, con el tono más natural, le propuso padecer ese dolor de muelas en su lugar. –Ya tenéis suficientes enfermedades, replicó la buena mujer, para tener que cargar con las mías; rogad sola- mente a nuestro Señor que me libre de esta crisis. Liduvina rezó; su amiga fue liberada al instante; pero ella estuvo aullando durante veinticuatro horas por lo que le dolía la mandíbula. Esa transferencia de un mal de una persona a otra, por la vía de la oración, se completaba con otro fenó- meno. De esas calamidades corporales acumuladas sobre una santa emanaban salutíferos efluvios, propiedades ce- lestes de curación. Una virtud salía de ella, como se dice de Cristo en los Evangelios; su podredumbre engen- draba la buena salud de los demás. Y así, cierto día, una mujer cuyo niño enfermo lanzaba gritos desgarradores, lo llevó al lecho de Liduvina. En 200 Santa Liduvina de Schiedam cuanto le pusieron ahí sus males cesaron. Ella le sonrió y le elogió, en términos que él no podía todavía captar, las delicias de la castidad; pero cuando creció recordó aquellas lecciones; las comprendió y cuando alcanzó la edad de la razón, se hizo religioso en recuerdo de ella. Y también ocurrió que, en Inglaterra, un tendero que nunca había oído hablar de la santa, se lamentaba de una enfermedad incurable de la pierna; una noche, cuando estaba desesperado, se durmió y una voz le dijo en sue- ños: envía a alguien a Holanda, a Schiedam; que consiga algo del agua con la que una virgen llamada Liduvina se lava las manos, te pondrás una compresa donde te duele y enseguida el dolor desaparecerá. En cuanto despertó envió un mensajero a la santa; quien le dio el agua con la que había hecho sus abluciones y nada más empaparse la pierna, el tendero quedó sano. Conviene señalar que, en todos esos milagros, Lidu- vina, solo recurrió a sus oraciones, porque es muy pro- bable que al entregar un poco de agua al inglés encargado de llevarla a su país, rezara por la persona que debía recibir esa loción; era, en suma, más pasiva que ac- tiva, es decir, no actuaba por sí misma, como muchos otros santos que acababan con las enfermedades con la señal de la cruz, tocando o imponiendo las manos. Ella se remitía a Dios, suplicándole la atendiera; desempeñaba el papel de mediadora entre los enfermos y Jesús, eso era todo. 201 J. -K. HUYSMANS Hay una sola excepción en su biografía a esa regla que parecía haberse marcado, fue la vez en que una mujer a la que quería, tal vez la viuda Simón, padeció una fístula. Liduvina la incitó primero a visitar a los prácticos más renombrados del país. Todos estuvieron de acuerdo en declarar que no había posibilidad alguna de mejoría. –Acudamos al gran médico, dijo entonces la santa. Se puso a rezar y luego tocó con su dedo suavemente la fís- tula y ésta desapareció. Su infatigable caridad no se limitó a actos materiales, limosnas, curas, ni siquiera a sustituir las miserias ajenas; también se aplicó al terreno espiritual donde practicó una vez la sustitución mística en un grado desconocido hasta ella y del que no existe, creo, un segundo ejemplo en los anales posteriores de los santos. ¿No es único este hecho que voy a relatar? Me con- formo con contarlo, tal como figura en las vidas recogi- das por los bolandistas. Un hombre, que era un verdadero canalla, fue asal- tado por los remordimientos, pero no se atrevió a diri- girse a un sacerdote para volcar ante él su vida. Un día que la gracia le torturaba, llegó a casa de Liduvina, y a pesar de su resistencia le hizo una confesión completa y detallada de sus crímenes, rogándola que los endosara y los confesara en su lugar. Ella aceptó esta sustitución de alma y de persona. Llamó a un sacerdote a quien confesó las fechorías de 202 Santa Liduvina de Schiedam este hombre como si las hubiera cometido ella misma, y cumplió la penitencia que la infligió el ministro. Poco después el bribón volvió. –Ahora que habéis confesado mis pecados, dijo, indi- cadme cuál es la penitencia que debo seguir; os juro que la cumpliré. –Vuestra penitencia, soy yo quien la ha cumplido, re- plicó Liduvina; solo os pido para vuestra mortificación que paséis una noche entera sin moveros, boca arriba. El pecador sonrió, juzgando el castigo suave y fácil; por la noche, se tendió en la postura designada y decidió, como había acordado con la santa, no moverse ni del lado derecho ni del izquierdo; pero no pudo dormirse y esa inmovilidad no tardó en parecerle insoportable. Enton- ces reflexionó y pensó: me quejo pero mi cama es blanda y no tengo, como la pobre Liduvina, la espalda descor- chada sobre la paja; y sin embargo ella es inocente, ¡mientras que yo! El remordimiento que le había angustiado tanto vol- vió a atacarle; pasó revista a sus fechorías y lloró por ellas, se reprochó su cobardía y al apuntar el día, corrió a confesarse al sacerdote esta vez, y a partir de ese mo- mento aquel tunante fue íntegro y el impío se hizo pia- doso. Otras veces la tarea de Liduvina era menos penosa; en lugar de escuchar las confesiones de pervertidos y bribo- 203 J. -K. HUYSMANS nes, recibía confidencias de personas buenas e ingenuas; como aquel eclesiástico de admirable candor que la abordó para que le iluminara sobre el estado de su alma y de las almas que su ministerio le obligaba a dirigir. Liduvina le acogió amablemente pero se negó a con- testar a algunas preguntas que consideraba indiscretas; persuadido de que la había disgustado, el eclesiástico al salir de la casa fue a la iglesia y se arrodilló, llorando ante el altar de la Santa Virgen. Ahí, cayó –cosa que nunca le había pasado–, en éxtasis y vio a una muchacha que se le acercaba, acompañada de dos ángeles que cantaban el «Salve Regina», y le em- bargó tal dicha que su alma habría estallado si no hubiera terminado al punto su éxtasis. En cuanto recuperó sus sentidos, se precipitó donde la bienaventurada. –Qué tal, padre, tras de la lluvia ha llegado el buen tiempo ¿Verdad? Sorprendido, él exclamó: ¡Erais vos la que caminabais escoltada por dos ángeles, cuando yo estaba postrado en la capilla de la Madona! Liduvina sonrió pero calló. También hubo una excelente mujer que, tentada por el demonio, se hundió en la desesperación, tras haber lu- chado en vano; sus amigos no conseguían animarla y la 204 Santa Liduvina de Schiedam llevaron a ver a la santa que la dijo simplemente: quedad en paz y esperad. Días después, esta mujer, proyectada fuera de sí misma, se paseó, como si fuera en sueños, con Liduvina por un fastuoso palacio y estuvo saturada de tan intensos perfumes que una vez de vuelta a la tierra incluso los olores más delicados le parecían nauseabundos y le re- volvían el estómago; pero sus penas se evaporaron en el celeste torbellino de esos aromas y cuando el Espíritu de la Malicia intentó nuevamente poseerla, aguantó sus asaltos sin desfallecer. O aquella otra mujer que estaba casada con un bruto siniestro cuyas incesantes cóleras terminaba en rociadas de golpes. Tened paciencia, le repetía Liduvina, cuando ella la suplicaba que obtuviera mediante sus plegarias que ese bruto fuera menos fiera; pero las semanas se su- cedían y la desgraciada seguía siendo sacudida como yeso, en cuanto hablaba. Cansada de esa existencia deci- dió colgarse; unos amigos que llegaron a tiempo se lo impidieron; entonces consideró ahogarse en el Mosa y aprovechó un momento en que su marido estaba ausente y sus íntimos no la vigilaban para dirigirse al río; pero mientras iba caminando, pensó: Liduvina siempre ha es- tado tan volcada en mí que no quiero morir sin despe- dirme de ella; y se encaminó a su casa. En aquel momento, Liduvina, rodeada de sus cuida- dores, exclamó: ¡abran deprisa a la que va a llamar a la puerta porque su corazón se deshace de amargura! 205 J. -K. HUYSMANS Y en cuanto entró en la habitación de la santa, aquella desdichada cayó de rodillas y sollozó. –Vamos, querida, dijo Liduvina, no penséis más en el suicidio y volved a vuestra casa; el verdugo al que teméis se ha convertido en el más afable de los esposos, os lo aseguro. Confiando en esta promesa, la mujer, tras haber im- plorado y recibido la bendición de la enferma, volvió a su casa. Su marido estaba acostado y dormía; ella se desnudó sin ruido para no despertarle y se durmió a su vez; al día siguiente encontró a un hombre sonriente que ya no la insultaba ni la pegaba. –¡Mientras dure!, pensó ella, y aquello duró. Ese bruto, convertido, por milagro, en al- guien muy bondadoso, ya no volvió a desviarse. 206 Santa Liduvina de Schiedam X Por inconmensurable que fuera la caridad de Lidu- vina, no era de esas a las que se puede engañar fácil- mente. De una ojeada, la santa desmenuzaba las almas, y cuando lo juzgaba necesario no dudaba en reprender- las. Así es como descubrió a una mujer de Schiedam que, bajo una superficial devoción, ocultaba una indestructible astucia; esta mujer arrancaba limosnas a las familias ca- ritativas de la ciudad y lo gastaba en juergas. La viuda Catalina Simón la encontró en la calle una mañana, y conmovida por sus quejas, y sabiendo que la santa ya no tenía dinero, la envió a Juan Walter que, en- gañado a su vez por sus piadosas jeremiadas, la socorrió. A la mañana siguiente, Liduvina, a quien nadie había contado esta aventura, comentó a Catalina: –Esa criatura os ha engañado a vos y a mi confesor; sed en adelante más prudente; recordad las palabras de las Escrituras: hay personas que, so capa de humildad, 207 encubren corazones llenos de fraude y malicia, y sobre todo, guardaos de creer a cualquier espíritu. Fustigaba sin piedad a los hipócritas que se atrevían a vanagloriarse de sus virtudes delante de ella; un día, arremetió con fuerza contra una intrigante que se pre- tendía virgen y aparentaba modales ultrajados de moji- gata; pero esta mujer tenía relaciones con un íncubo. –¡Qué vos sois virgen! –exclamó la santa. –Claro que lo soy. –Pues bien, hija mía, os diré que veinticinco vírgenes de vuestra especie bailarían fácilmente sobre un molinillo de pimienta, replicó Liduvina, proclamando con esta comparación de un acto imposible de realizar la doblez de aquella farsante que no insistió más y salió, furiosa al verse desenmascarada. Una muchacha que asistía a la ejecución, se extrañó de tal severidad y preguntó a Liduvina por qué trataba tan duramente a aquella virgen. –No repitáis esa mentira del Diablo, respondió la santa–; esa mujer es tal como Dios la conoce. En cuanto a su supuesta piedad, fácil os será probarla. Id a casa de esa desvergonzada y echadle en cara algunas de sus im- perfecciones; si os oye con paciencia y las admite, yo soy la que se equivoca; si, por el contrario, se enfurece a las primeras palabras, quedaréis informada. 208 Santa Liduvina de Schiedam Intentó la joven la experiencia y cayó sobre una furia que la cubrió de insultos en cuanto pretendió hablarle de sus defectos. Murió esta desgraciada unos meses después de recibir esas reprimendas y como Liduvina rogaba por ella, su ángel le aseguró que perdía el tiempo porque estaba en el abismo del que uno no se escapa jamás. Un revés parecido le ocurrió a un sacerdote que una mañana la dijo, os dejo; voy a celebrar misa. –Os lo prohíbo, profirió Liduvina. –¡Que me lo prohibís! Me gustaría saber por qué. –¿Habéis olvidado el pecado contra el sexto manda- miento que cometisteis ayer? El sacerdote quedó mudo y confundido. La santa añadió: Ordenad vuestros asuntos, porque moriréis dentro de tres días. Gimoteando de miedo la suplicó que intercediese para que su vida se prolongase. –Es imposible, replicó Liduvina, porque hace dema- siado tiempo que esto dura y se ha colmado la medida; todo lo que puedo prometeros es que rezaré con fervor por vuestra salvación. Download 2.77 Kb. Do'stlaringiz bilan baham: |
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